La maloclusión de Clase II es una de las alteraciones dentofaciales más comunes. Se caracteriza por una relación anteroposterior en la que el maxilar superior se ubica adelantado respecto a la mandíbula o, en ocasiones, porque la mandíbula se encuentra retraída.
Este desfase genera problemas estéticos y funcionales, y afecta aproximadamente al 20 %-25 % de la población infantil y juvenil según estudios epidemiológicos recientes en Latinoamérica y Europa.
Causas frecuentes de este tipo de desalineación dental
Factores hereditarios y crecimiento maxilofacial desproporcionado
Los estudios genéticos demuestran que la heredabilidad de la Clase II supera el 40 %. Padres con perfiles faciales convexos o micrognatia (mandíbula pequeña) suelen transmitir la tendencia a sus hijos. También se han identificado polimorfismos en genes asociados con el desarrollo mandibular, como el receptor de hormona de crecimiento y el FGFR2, que predisponen a discrepancias anteroposteriores.
Más allá de la genética, el ritmo de crecimiento de cada hueso influye. Cuando el maxilar superior crece más rápido durante la pubertad, se proyecta hacia delante. Si la mandíbula no acompaña este avance, la discrepancia se hace evidente. El ortodoncista estudia estas variaciones con radiografías cefalométricas y registros fotográficos seriales para predecir la evolución y definir el momento terapéutico idóneo.
Hábitos orales perjudiciales en la infancia
La succión digital y el uso prolongado del biberón modifican la tonicidad de los músculos periorales, favoreciendo un empuje constante sobre los incisivos superiores y retrayendo la arcada inferior. Cuando estos hábitos persisten más allá de los 3-4 años, la probabilidad de desarrollar una maloclusión Clase II aumenta hasta un 60 % según la Asociación Americana de Ortodoncia.
La deglución atípica y la respiración bucal crónica, muchas veces derivadas de problemas de amígdalas o adenoides, también influyen. La lengua adopta una posición baja para facilitar la entrada de aire, lo que disminuye el estímulo de crecimiento transversal y anteroposterior de la mandíbula. Una intervención interdisciplinaria—otorrinolaringólogo, logopeda y ortodoncista—suele ser la clave para eliminar el hábito y recuperar patrones de crecimiento normales.
Problemas derivados de una maloclusión de Clase II
Riesgo de traumatismos dentales y alteraciones del habla
Los incisivos superiores adelantados sobresalen más allá del labio, convirtiéndose en el primer punto de contacto ante caídas o golpes. Estudios longitudinales indican que los niños con sobrejet (distancia horizontal entre incisivos) mayor de 6 mm tienen el doble de probabilidades de sufrir fracturas dentales. La exposición dental constante también facilita erosiones y desgastes.
En cuanto al habla, una relación maxilodental alterada compromete la correcta posición de la lengua en fonemas como /s/, /t/ y /d/. Se generan ceceos o interposiciones linguales que, de no corregirse, pueden persistir en la adultez. El trabajo coordinado con un logopeda después o durante el tratamiento ortodóntico mejora tanto la pronunciación como la coordinación oro-facial.
Disfunción masticatoria y dolor en la mandíbula
La maloclusión Clase II modifica las trayectorias de cierre mandibular, obligando a la articulación temporomandibular (ATM) a adaptarse. Con el tiempo, pueden aparecer clics, desviaciones y dolor articular, sobre todo en mujeres jóvenes, quienes presentan mayor laxitud ligamentosa. Estudios de resonancia magnética muestran desplazamiento discal en hasta un 30 % de pacientes no tratados.
Además, la ineficiencia masticatoria provoca fragmentación incompleta de los alimentos, lo que repercute en la digestión y en algunos casos favorece molestias gástricas. La musculatura masticatoria trabaja en sobrecarga, generando dolor miofascial que se irradia a cuello y cabeza, en un cuadro frecuentemente confundido con migraña tensional.
Opciones de tratamiento ortodóntico y quirúrgico
El plan terapéutico depende de la edad, la severidad y la etiología. En pacientes en crecimiento, la ortodoncia interceptiva busca redirigir el desarrollo mandibular. Una vez finalizado el crecimiento, la corrección se enfoca en el posicionamiento dentario o, en casos severos, requiere cirugía ortognática. La evidencia científica respalda que la intervención temprana reduce la necesidad de procedimientos invasivos en el 60 % de los casos.
Los tratamientos incluyen aparatos funcionales, brackets convencionales o autoligables, alineadores transparentes y microtornillos de anclaje temporal. En adultos, cuando la discrepancia esquelética supera los 7 mm o existe rotación en plano vertical (sonrisa gingival o sobremordida), la cirugía combinada con ortodoncia pre y postquirúrgica ofrece resultados estéticos y funcionales estables.
Uso de aparatología funcional en niños y adolescentes
Los dispositivos funcionales, como el activador, el twin-block o el Herbst, aprovechan el potencial de crecimiento mandibular para desplazar la mandíbula hacia adelante. Se utilizan entre los 8 y 14 años, durante el pico puberal. Con un uso promedio de 14 horas diarias se logran mejoras esqueléticas de 2-4 mm, según metaanálisis publicados en 2021.
El éxito depende de la colaboración del paciente y de ajustes periódicos. Los aparatos fijos, como el Herbst, favorecen la constancia al estar cementados; sin embargo, pueden provocar molestias articulares temporales. Para maximizar la estabilidad, los ortodoncistas combinan la fase funcional con una segunda fase de aparatología fija que alinea los dientes y mejora la oclusión final.
Cirugía ortognática en adultos en casos severos
Cuando la discrepancia esquelética es importante y el crecimiento ha concluido, la cirugía ortognática es la alternativa de elección. El procedimiento más habitual es la combinación de avance mandibular bilateral (BSSO) y, en ocasiones, retroceso maxilar. La planificación virtual en 3D permite simular el resultado final y personalizar férulas quirúrgicas con impresión 3D para mayor precisión.
Tras la cirugía, se completa una fase de ortodoncia de acabado durante 4-6 meses para perfeccionar los contactos oclusales. Los estudios reportan mejoras significativas en la calidad de vida: más del 90 % de los pacientes manifiesta satisfacción con su perfil facial y una reducción drástica del dolor miofascial. La rehabilitación incluye fisioterapia y pautas de dieta blanda progresiva para preservar la estabilidad de los segmentos óseos.